sábado, 13 de marzo de 2010

EL HOMBRE DISCRETO

Esta semana he estado liadísima, hasta el punto de no quedarme ni ganas de visitar blogs ni de actualizar el mío. Pero no hoy no me privaré de ofrendar unas líneas a Miguel Delibes, que para eso fue uno de nuestros grandes escritores. A él se le han dedicado muchos titulares en estos días, todos hemos revisado mentalmente qué obras suyas hemos leído y le han llamado “el maestro triste”, “el escritor total”, “el verdadero dueño de la lengua”, “un cazador que escribe”, entre otros calificativos más o menos certeros.

A mí, lo que siempre me ha llamado la atención en Delibes, aparte de su indudable maestría escribiendo, claro, es su discreción. Un rasgo que en estos tiempos casi puede parecer un handicap para un escritor, porque hoy en día, para que un libro destaque entre la irrefrenable avalancha de novedades debe contar con una buena promoción. Y no sólo por parte de la editorial. Las circunstancias cada vez exigen más que el autor se involucre en las actividades de marketing de sus libros, complementando la promoción que le organice la editorial, si es que lo hace, porque no todas disponen del presupuesto necesario para financiar una buena campaña de publicidad. Claro que se podría argumentar que a Delibes no le hacía falta promocionarse, porque le bastaba con su talento. Incluso podría decirse que en los años en los que él despuntó como escritor, no existía la presión actual por lograr que un libro destaque en la abarrotada mesa de novedades y por mantenerlo ahí el máximo tiempo posible. Pero hasta en épocas menos competitivas siempre hubo escritores - o artistas en general - que sabían venderse muy bien y conseguían colocarse por delante de otros con más mérito artístico, pero no tan dotados para el marketing. Por eso se me antoja llamativa y admirable la discreción de Delibes en un mundo donde todos tendemos a dejarnos seducir por el envoltorio, siempre que sea lo suficientemente atractivo (o extravagante) para caernos en gracia o, al menos, lograr que nos fijemos en quien lo lleva. Y Delibes no andaba por ahí en plan “escritor fetén” como hacían Umbral o Cela, ni organizaba “performances” estridentes al estilo de Dalí, por poner algún ejemplo de actitudes que solemos considerar “artísticas”. Delibes daba la impresión de ser una de esas personas que pasan de colocarse a toda costa en las fotos. De ser un hombre dedicado a trabajar y trabajar para sacar un buen producto.

Y vive Dios que lo logró. A él le recordaremos por su obra, no por la parafernalia con la que saben rodearse algunos (o algunas) para colocarse donde más calienta el sol.



(La fotografía la he tomado de El Mundo.)

2 comentarios:

Ernesto dijo...

Excelente artículo el que has escrito Carmen, un merecido homenaje a este gran escritor y, sobre todo, me ha parecido interesantísimo la visión qiue nos aportas de él como hombre, valorando su calidad humana.

Un beso y buena semana-

Carmen Santos dijo...

Gracias, Ernesto. Es que siempre me ha llamado la atención lo discreto que fue este hombre en comparación con otros que iban por ahí de artistas (sin entrar ahora a valorar si los que se ponían el disfraz de artistas eran buenos en lo suyo o no. Ahí había de todo, como ocurre siempre. Me refiero sólo a su pose. Personalmente, me gusta la pintura de Dalí, pero detesto el circo que montaba a su alrededor).
Besos