lunes, 30 de junio de 2008

REVISTA NARRATIVAS NÚMERO 10

(Cartel de "El imperio de los sentidos", Nagisa Oshima, 1976)

Ya está en la Red el Número 10 de la revista Narrativas, que editan Magda Díaz Morales y Carlos Manzano. Este número monográfico va dedicado a la narrativa erótica y he tenido el honor de aportar un fragmento de mi novela La cara oculta de la luna.
Gracias, Magda, por invitarme a participar en este número.


ÍNDICE:
Ensayo
La misteriosa desaparición de la Marquesita de Loria de José Donoso: faz y antifaz del erotismo, Lilian Elphick
Seducción, erotismo y amor en Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa, Luis Quintana

Relato
"La felicidad", Sandro Cohen
“Tríptico”, Gonzalo Lizardo
"Contártelo, Adela", Lorenzo Silva
“Los placeres de la Ilustración”, José Luis Muñoz
“Piedras”, Alice Velázquez-Bellot
“Pregunta retórica”, Rafael Ballesteros Díaz
“Microtrilogía erótica”, Salvador Gutiérrez Solís
“Ángel de Atocha”, Antonio Toribios
“Dentro de las páginas del tiempo”, Soledad Acedo
“Herida de hembra”, Diego Fonseca
“Manos”, Ana Alcolea
“Jenny o el vacío ético”, Salvador Alario Bataller
“Atadijo fervoroso para impregnar un cuerpo”, Cristina Núñez
“Nawa Shibari”, Paula Lapido
“Final feliz”, Javier Delgado
“Erótica IV”, Fernando Sánchez Calvo
“Después de un cuento de Boris Vian”, Pepe Cervera
“Amor hinchable”, Javier Puche
“Voyeur”, Purificación Menada
“El ángel de L'orangerie”, Gemma Pellicer
“Un mal día”, María Dubón
“Preguntas y respuestas”, Carlos Manzano
“Su aliento sobre mi espalda”, Elena Casero
“El roce de unos pechos de mujer”, Pedro M. Martínez Corada
“Arthur”, Wilco Jonson
“No marques las horas”, Mónica Gutiérrez y Andrés Felipe Gómez
“Amaranto”, Luis Emel Topogenario
“Julia”, Carlos Frühbeck
“Je t’aime mais non plus”, Sonia Fides
“Muñeca triste”, María Aixa Sanz
“Tu cuerpo resplandeciente”, Carlos González Zambrano
“Pornografía”, Antonio Báez Rodríguez
“Libro del estremecimiento”, Ana Muñoz de la Torre
"Oscuro deseo", Patricia de Souza
Novela
“Suspiro azul” (fragmento de capítulo), Sandra Becerril Robledo
“La cara oculta de la luna” (fragmento de capítulo), Carmen Santos
“El Camino de Santiago” (capítulo), Francis Novoa Ferry
“La orgía de Flipp” (capítulo de Viaje por las ramas), Román Piña
Narradores
En esta ocasión, el espacio de Narradores está dedicado al escritor colombiano, Marco Tulio Aguilera
Reseñas
La huella del bisonte de Héctor Torres, Jorge Gómez Jiménez
El teatro de Sabbath de Philip Roth, Javier Avilés
Guapa de cara de Rafael Reig, Eugenio Sánchez Bravo
Nueve semanas y media de Elisabeth Mc Nelly, C. Martín
Miradas
“Escribir el sexo: ¿asignatura pendiente?”, Blanca Vázquez
“Literatura erótica”, María Dubón
“La erótica de la máquina”, Miguel Esquirol Ríos

Novedades editoriales

CAMPEONES


Escribo esto aún con la resaca de la alegría en el cuerpo. Y eso que no me gusta nada el fútbol. Me aburre soberanamente ver a veintidós hombretones en calzoncillos perseguir un balón durante hora y media para meterlo en una portería vigilada por otro hombretón en calzoncillos que lleva guantes. Pero anoche, hasta seguí el partido de la selección española contra la alemana. Me enganché en la segunda mitad e incluso llegué a animar a nuestros chicos. Yo, que no veo un partido de fútbol ni en estado de enajenación mental transitoria.
Anoche me acordé de mi padre. Le habría gustado vivir ese partido y ver a su selección española de campeona de Europa tras haber derrotado a Alemania. Él era un gran aficionado al fútbol y lo pasaba fatal cuando la selección alemana derrotaba a la española, algo que ocurría siempre… hasta anoche (y que me corrijan los futboleros si me equivoco, please).
En fin, sin que sirva de precedente, fui futbolera por una noche (sólo una, ¿eh?). Y es que la ocasión lo merecía.

domingo, 29 de junio de 2008

RECUERDA, CUERPO

A propósito de la poesía: No se me da bien escribir poemas. Lo mío es la prosa: la novela y el relato, sobre todo. Y a la hora de leer poesía, reconozco que soy una lectora algo “sui géneris”. No me gusta desmenuzar los poemas, ni analizar cómo están escritos, y en clase de literatura odiaba cuando nos tocaba aprendernos esas cosas como la rima, la métrica, los tipos de versos, etc., para hacer después un análisis del poema.

Pero eso no quiere decir que no me guste la poesía. Sólo que yo me fijo en lo que un poema me sugiere, en su musicalidad, en lo que me hace sentir en las tripas cuando lo leo o alguien me lo lee en voz alta.

Uno de mis poetas favoritos es Konstantin Kavafis, el poeta de la ciudad, como le denominaba Lawrence Durrell en Justine, una de las novelas que componen El Cuarteto de Alejandría. Me gusta el erotismo con el que canta al amor carnal y denso, a esos efebos que adoraba, y me estremece el desgarro de sus poemas dedicados a los amores “que truncó la suerte”, como el que cito más abajo. Siempre que lo leo, me da por preguntarme cuáles son los amores que más huella dejan en una vida: ¿los que se llegan a consumar y tras la explosión de fuegos artificiales se van consumiendo solos, o los que no logran superar los obstáculos del destino, pero en su momento nos hacen arder de deseo con tal intensidad que se graban a fuego en la memoria?


Recuerda, cuerpo

Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en los ojos brillaron
y temblaron en las voces – y que hicieron
vanos los obstáculos del destino.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos – cómo ardían,
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaron por ti, en las voces, recuerda, cuerpo.

Konstantin Kavafis, el poeta de Alejandría, 1863 - 1933

(Nota: Fotografía de Kavafis tomada de la página de.wikipedia.org)

lunes, 23 de junio de 2008

MELODÍAS DE BROADWAY

Hoy, para relajarnos, una escena del musical The Band Wagon (que se estrenó en España con el título Melodías de Broadway 1955), protagonizado por Fred Astaire y Cyd Charisse, una de las últimas mohicanas (si no la última) del cine musical del viejo Hollywood, que falleció la semana pasada a los ochenta y siete años.
Confieso que, pese a ser patosa a más no poder, me encanta el baile (clásico, moderno y como sea) y las películas musicales de la época dorada de Hollywood. Hasta me tragué todas las ediciones de Mira quién baila. En eso, supongo que soy como los hombres a los que les apasiona el fútbol, pero no se les da bien ese deporte y deben conformarse con ver jugar a los demás en el campo o en la televisión. Cada cuerpo sirve para lo que sirve y el mío no fue diseñado para bailar.
Musicales magistrales que me vengan a la cabeza ahora, "a bote pronto" (hay más, claro), en mi opinión fueron Cantando bajo la lluvia (ay, esa escena de Gene Kelly empapándose hasta los huesos mientras baila enamorado bajo el chaparrón), Un americano en París (aunque aquí la historia me parece más floja) y Cabaret (¿quién no recuerda al pintarrajeado maestro de ceremonias cantando Willkommen, bienvenue, wellcome, o a Liza Minelli cantando con él Money, money?). Y me resultan magistrales por cómo integran las escenas de baile dentro de la historia sin que chirríen ni caigan en lo cursi.
Luego está Band Wagon, donde Cyd Charisse daba la réplica a Fred Astaire. Otra opinión personal e intransferible: creo que la Charisse fue mucho mejor bailarina que Ginger Rogers, más elegante también (la Rogers tenía un toquecillo vulgar), y mucho más peligrosa para Astaire como partenaire porque podía hacerle sombra. Aunque en la escena de Central Park, cuando bailan Dancing in the Dark, los dos se mueven en perfecta armonía y con esa sencillez elegante tan difícil de conseguir en el baile, al igual que en la escritura, o en la pintura, en el cine... Eso de que parezca que todo ha surgido espontánemente, sin apenas esfuerzo, sin "despeinarse", cuando hay muchísimo trabajo detrás.
Y ya no me enrollo más, que es lunes y hace calor. Simplemente os invito a revisar este romántico y elegante baile de dos glorias del cine musical.

lunes, 16 de junio de 2008

ARTÍCULO DE ROSA MONTERO SOBRE LA EMIGRACIÓN



El Emigrante de Juanito Valderrama, la canción que mi padre escuchaba entre interferencias cuando lograba sintonizar Radio Nacional de España, y que se convirtió en una especie de himno para los emigrantes (porque entonces decíamos "emigrantes") de la primera generación.

Acabo de leer (con un día de retraso, porque ayer estuve en la Feria del Libro mañana y tarde y no tuve tiempo ni de hojear los periódicos) el artículo semanal que nos ofrece Rosa Montero en su espacio MANERAS DE VIVIR, y me he emocionado hasta el tuétano. Esta semana, Rosa Montero habla de dos libros que le ha enviado la asocición de emigrantes españoles jubilados Arco Iris de Basilea (Suiza), en los que se habla del presente y el pasado de estos emigrantes. Cito textualmente:


Uno se titula Tal como somos, y es una sólida encuesta sociológica hecha por ellos mismos sobre los residentes españoles de la zona mayores de sesenta años (en total, según sus cuentas, hay 336). El otro trabajo, titulado Tal como éramos: españoles en Basilea 1957-1980, cuenta lo que fue la emigración a través de testimonios personales y de un montón de fotos antiguas y maravillosas, retratos de bodas y bautizos, de fiestas con bailes regionales, del primer televisor comprado con esfuerzo, de la modernidad y el desahogo económico duramente alcanzados.

Y claro, yo me he emocionado porque me ha hecho recordar aquellos tiempos, tal como los vivimos mis padres y yo: el primer televisor, el tocadiscos estéreo, la compra de un coche, "lujoso" comparado con los que había en España, que luego era admirado (y envidiado) por parientes y vecinos cuando veníamos de vacaciones en verano. Rosa Montero lo describe así en su artículo:

Muchas de las geniales fotos del libro parecen anuncios publicitarios de la época, así de orgullosos se les ve enseñando los trofeos conseguidos. Son como cazadores con las piezas de consumo que han abatido: una motocicleta, un tocadiscos, una cocina inmaculadamente blanca y, sobre todo, ese tótem esencial del éxito que era el coche: “El día en que llegué a la frontera entre Francia y España con mi primer Gordini no pude reprimir las lágrimas: me sentía todo un triunfador”.

También habla de cómo llegaron a Suiza algunos de estos emigrantes, que ahora están jubilados y rondan los setenta años. Y entonces recordé cómo viajó mi padre a Alemania en uno de esos trenes cochambrosos que transportaban a los emigrantes hacia su nueva vida. Podría describir aquí lo que me contó de aquel viaje las pocas veces que hablamos de eso antes de que él muriera (siempre me arrepentiré de no haberle interrogado más sobre ese pasado que también es el mío), pero ya lo plasmé, o lo intenté plasmar, en mi novela Días de menta y canela. Así que, mejor cito aquí un pedacito del libro. El fragmento donde el padre de Clara Rosell narra a su hija el viaje a Alemania.

- Subimos al vagón que nos tocaba, a empujón limpio porque éramos muchos. Para mí que no falló ni uno. El tren era una mierda pinchada en un palo, con asientos de madera que te dejaban el culo cuadrado. –Papá expulsó remolinos de desdén-. Y luego estaba el tío hijoputa ese de Irún, donde nos metieron en una nave y nos dieron de comer. Y el tío venga a decirnos por el altavoz que hiciéramos el favor de no llevarnos los cubiertos. Una birria de cubiertos de aluminio que se partían de mirarlos. Y el que comía a mi lado, que en Alemania ya no lo volví a ver, se puso a gritar: ¡Hijo de puta, a ver si crees que somos gitanos! -La cabeza de mi padre se balanceó con menosprecio-. Ya ves, el tío ignorante, igual creía que el otro le iba a oír…
- ¿Os hicieron bajar del tren para la comida?
- Bah, comer… lo que es comer… Una mierda de rancho nos pusieron. Para matar el hambre y vale. Menos mal que llevaba la merienda, que si no… Y luego vuelta al tren; no paramos hasta Colonia. Cuando pisamos la estación, todos sin afeitar y oliendo a tigre, teníamos el culo pelado como los monos de ir tantas horas sentados. Y es que nos llevaban a mata caballo. En Valencia, casi no nos dejaron despedirnos de la familia. Nos vino el tiempo justo para subir al tren. Y cuando me asomé a la ventana y vi a tu madre en el andén, tan guapa, con ese pelo tan negro que tenía, y la pobre sin parar de llorar y diciéndome adiós con la manos, se me puso una cosa aquí… papá se apretó el pecho con las dos manos- que no podía ni respirar. Al final, la pena se me escapó por los ojos y no veía tres en un burro. Me metí dentro para que tu madre no me viera así, ¡que el hombre ha de ser una roca delante de su mujer! Y cuando me asomé otra vez, la estación se había quedado donde Cristo perdió el gorro. Y tu madre también. Cada vez más pequeña se hacía y aún la veía mover la mano. No me quité de la ventana hasta que se me secaron las lágrimas, no fueran a verme los compañeros. ¿Y sabes qué? Cuando me senté, resulta que todos llevaban los ojos rojos. Moscú, el que más. Y entonces va y salta el Poeta, Antonio creo que se llamaba, y nos sale con que íbamos a ganarnos el futuro de nuestros hijos y ése era el tren de la ilusión, porque cada uno llevaba la suya en la maleta y no había dos iguales. ¡Y no se le chungó ni Dios!
Papá aproximó la cara a la ventana y retiró una esquinita del visillo. Antes de que ocultara el rostro entre los pliegues mustios de la cortina, descubrí el esmalte que se espesaba entre sus pestañas fatigadas y creí sentir dentro la tristeza de aquellos hombres que viajaron con las manos vacías hacia un futuro incierto en una tierra extraña. Y la de todas las mujeres que les siguieron. Y me sentí muy cerca del desconocido Héctor Laborda, que quizá partió en un convoy similar y fue hecho prisionero por el futuro que había pretendido conquistar. Un futuro done ya no quedaba espacio para ninguno de ellos
.

Y concluyo este post, escrito desde la emoción y la admiración, la última frase del artículo de Rosa Montero, que suscribo totalmente:

Cuando contemplemos a los inmigrantes actuales como bichos raros porque farfullan mal el idioma, intentemos no olvidarnos de lo que fuimos.

FOTICOS DE LA EXPO

El otro día estuvimos en la Expo 2008. Nos quedaron muchísimas cosas pendientes de ver, pero la visita se puede resumir en una palabra: impresionante. Pongo algunas fotos del Pabellón Puente de Zaha Hadid, que visto de lejos parece un pez prehistórico o un dragón de escamas plateadas tostándose indolente al sol, y de la Torre del Agua, majestuosa contemplada desde el exterior e impresionante por dentro (y perdón por repetir adjetivo, pero es que impresiona).

El Pabellón Puente coronado por las cabinas del teleférico.



Interior de la Torre del Agua: la escultura suspendida "Splash" que representa la división de una gota de agua en otras más pequeñas.



viernes, 13 de junio de 2008

HABEMUS EXPO... Y PLATA

Nueva iluminación de la Basílica del Pilar
Fotográfía tomada del blog de José Antonio Melendo

Ayer fue la presentación pública del reformado café-cantante del Tubo: el histórico Plata, cerrado desde 1992 y que será abierto al público el 20 de junio. En el embarcadero de Vadorrey, muy cerca de mi casa, ya aguardan varios ebrobuses y un catamarán para surcar el Ebro camino de la Expo. ¡Y hoy se inaugura la Expo 2008! Zaragoza nos está quedando fastuosa, con las obras por fin concluidas (bueno… casi todas), las riberas del Ebro acicaladas con jardines que se llenan de paseantes en cuanto sale el sol y una hermosa iluminación de puentes y edificios que aún no he podido apreciar al natural, pero sí en las fotografías del blog de José Antonio Melendo, impresionantes como siempre. ¡Empieza la fiesta!


Y seguiremos informando. Aunque, como diría Groucho Marx:

A quien va usted a creer: ¿a mí, o a sus propios ojos?

lunes, 9 de junio de 2008

ATARDECER EN LA MALVARROSA

Esta foto la tomé en la Malvarrosa, algunos días antes de que la contaminara la mancha de fuel que obligó a cerrar la playa por unos días. Agudizando la vista, a la izquierda se ve el hotel de lujo que han construido donde en tiempos estaba el Balneario de las Arenas, o el establecimiento de baños, como dice Manuel Vicent en su novela Tranvía a la Malvarrosa. Caminando por la zona donde se celebraron las regatas de la Copa de América el año pasado, y recorriendo el paseo de la playa mientras hacíamos tiempo antes de ir a comer una deliciosa paella a L’Estimat, me dio por recordar cómo conocí la Malvarrosa en el verano del setenta y cinco, cuando fui por primera vez a la playa de ese Balneario con forma de Partenón de escayola pintado de azulete, como lo describe Vicent en su sensual novela que huele a Mediterráneo desde las primeras líneas.

La Valencia de mediados de los setenta todavía se parecía mucho a la de los cincuenta que retrata Manuel Vicent. Para ir a la playa, nos subíamos a uno de aquellos trenets prehistóricos de vía estrecha que partían de la Estacioneta, situada junto al cauce seco del Turia, enfrente del puente peatonal que mis padres aún llamaban el Puente de Madera, aunque entonces ya hacía años que no era de madera. El trenet se parecía mucho a los que salen en las películas de vaqueros atravesando el Salvaje Oeste plagado de indios pintarrajeados y malvados hasta el tuétano. Recuerdo que era verde y tenía en cada extremo una plataforma descubierta, de tipo jardinera. Los asientos se componían de listones de madera que se clavaban en el trasero. En verano, el trenet de la Malvarrosa iba tan abarrotado que los chicos más atrevidos hacían gala de su virilidad viajando colgados de los estribos de las puertas. Claro que con lo lentos que iban esos cacharros, no creo que corrieran un gran peligro.

Al poco de atravesar la Avenida de Primado Reig, el trenet abandonaba la ciudad y empezaba a traquetear por huertas que nos colaban a través de las ventanillas abiertas un intenso olor a acequia. Con ese pestazo afincado en la nariz, llegábamos a la Malvarrosa con nuestro equipaje playero colgado del hombro y caminábamos hasta la entrada al Balneario. No me acuerdo de cuánto se pagaba por hacer uso de la playa. La arena estaba dividida en varias zonas: una para mujeres y otra para hombres. Creo que había un espacio más para familias, aunque de eso ya no estoy muy segura. Lo que sí recuerdo con claridad era la cenefa de cabezas masculinas asomadas por encima de la cerca de madera que separaba su playa de la de las mujeres. A algunas chicas exhibicionistas les hacía gracia tener un público masculino tan entregado y en su honor se retorcían haciendo posturitas a lo Marilyn Monroe sobre la toalla. Cuando abandonábamos el recinto femenino para ir a comprar un refresco al bar, hombres y muchachos nos devoraban con la mirada. Hay que confesar que daba cierto morbo sentir tantas miradas masculinas clavadas en nuestras carnes adolescentes.

Ahora, donde se alzaba el histórico Balneario de las Arenas han construido el lujoso Hotel Las Arenas. Según he leído, uno de los dos anexos con estructura de templo griego es el antiguo balneario restaurado. Bueno, sabiendo que el Balneario sigue allí, aunque camuflado, inspira algo menos de pena que haya desaparecido la vieja Malvarrosa llena de sensualidad que describe Manuel Vicent para convertirse en una zona “fashion”, que también tiene su encanto porque ha quedado muy bonita, pero ya no es lo mismo.

Y para concluir este post evocando el sabor de aquellos años setenta, ¿qué mejor que la mítica canción Mediterráneo de Joan Manuel Serrat?

jueves, 5 de junio de 2008

FERIA DEL LIBRO DE ZARAGOZA

Aunque hoy haya vuelto la lluvia, ya se barrunta el verano: mañana se inaugura la Feria del Libro de Zaragoza y el sábado, 7 de junio, las casetas se abrirán al público.

A mí me gusta mucho la Feria del Libro, igual que el Día del Libro (el 23 de abril, San Jorge, patrón de Aragón, que en Zaragoza es también el Día de la Comunidad y se celebra por todo lo alto en el Paseo de la Independencia, con puestos de libros, claveles y borrajas, y un gran desfile escenificado por La Fura dels Baus), porque es una gran oportunidad para charlar con los lectores en un entorno alegre y festivo .

Este año, estaré en la Feria los siguientes días. Esperemos que el tiempo se porte bien.

Sábado 7 de junio:
Mañana: LIBRERÍA MAYA
Domingo 8 de junio:

Miércoles 11 de junio:

Domingo 15 de junio:
Mañana: ALCAMPO

Si vais por la Feria, allí nos veremos...