lunes, 16 de junio de 2008

ARTÍCULO DE ROSA MONTERO SOBRE LA EMIGRACIÓN



El Emigrante de Juanito Valderrama, la canción que mi padre escuchaba entre interferencias cuando lograba sintonizar Radio Nacional de España, y que se convirtió en una especie de himno para los emigrantes (porque entonces decíamos "emigrantes") de la primera generación.

Acabo de leer (con un día de retraso, porque ayer estuve en la Feria del Libro mañana y tarde y no tuve tiempo ni de hojear los periódicos) el artículo semanal que nos ofrece Rosa Montero en su espacio MANERAS DE VIVIR, y me he emocionado hasta el tuétano. Esta semana, Rosa Montero habla de dos libros que le ha enviado la asocición de emigrantes españoles jubilados Arco Iris de Basilea (Suiza), en los que se habla del presente y el pasado de estos emigrantes. Cito textualmente:


Uno se titula Tal como somos, y es una sólida encuesta sociológica hecha por ellos mismos sobre los residentes españoles de la zona mayores de sesenta años (en total, según sus cuentas, hay 336). El otro trabajo, titulado Tal como éramos: españoles en Basilea 1957-1980, cuenta lo que fue la emigración a través de testimonios personales y de un montón de fotos antiguas y maravillosas, retratos de bodas y bautizos, de fiestas con bailes regionales, del primer televisor comprado con esfuerzo, de la modernidad y el desahogo económico duramente alcanzados.

Y claro, yo me he emocionado porque me ha hecho recordar aquellos tiempos, tal como los vivimos mis padres y yo: el primer televisor, el tocadiscos estéreo, la compra de un coche, "lujoso" comparado con los que había en España, que luego era admirado (y envidiado) por parientes y vecinos cuando veníamos de vacaciones en verano. Rosa Montero lo describe así en su artículo:

Muchas de las geniales fotos del libro parecen anuncios publicitarios de la época, así de orgullosos se les ve enseñando los trofeos conseguidos. Son como cazadores con las piezas de consumo que han abatido: una motocicleta, un tocadiscos, una cocina inmaculadamente blanca y, sobre todo, ese tótem esencial del éxito que era el coche: “El día en que llegué a la frontera entre Francia y España con mi primer Gordini no pude reprimir las lágrimas: me sentía todo un triunfador”.

También habla de cómo llegaron a Suiza algunos de estos emigrantes, que ahora están jubilados y rondan los setenta años. Y entonces recordé cómo viajó mi padre a Alemania en uno de esos trenes cochambrosos que transportaban a los emigrantes hacia su nueva vida. Podría describir aquí lo que me contó de aquel viaje las pocas veces que hablamos de eso antes de que él muriera (siempre me arrepentiré de no haberle interrogado más sobre ese pasado que también es el mío), pero ya lo plasmé, o lo intenté plasmar, en mi novela Días de menta y canela. Así que, mejor cito aquí un pedacito del libro. El fragmento donde el padre de Clara Rosell narra a su hija el viaje a Alemania.

- Subimos al vagón que nos tocaba, a empujón limpio porque éramos muchos. Para mí que no falló ni uno. El tren era una mierda pinchada en un palo, con asientos de madera que te dejaban el culo cuadrado. –Papá expulsó remolinos de desdén-. Y luego estaba el tío hijoputa ese de Irún, donde nos metieron en una nave y nos dieron de comer. Y el tío venga a decirnos por el altavoz que hiciéramos el favor de no llevarnos los cubiertos. Una birria de cubiertos de aluminio que se partían de mirarlos. Y el que comía a mi lado, que en Alemania ya no lo volví a ver, se puso a gritar: ¡Hijo de puta, a ver si crees que somos gitanos! -La cabeza de mi padre se balanceó con menosprecio-. Ya ves, el tío ignorante, igual creía que el otro le iba a oír…
- ¿Os hicieron bajar del tren para la comida?
- Bah, comer… lo que es comer… Una mierda de rancho nos pusieron. Para matar el hambre y vale. Menos mal que llevaba la merienda, que si no… Y luego vuelta al tren; no paramos hasta Colonia. Cuando pisamos la estación, todos sin afeitar y oliendo a tigre, teníamos el culo pelado como los monos de ir tantas horas sentados. Y es que nos llevaban a mata caballo. En Valencia, casi no nos dejaron despedirnos de la familia. Nos vino el tiempo justo para subir al tren. Y cuando me asomé a la ventana y vi a tu madre en el andén, tan guapa, con ese pelo tan negro que tenía, y la pobre sin parar de llorar y diciéndome adiós con la manos, se me puso una cosa aquí… papá se apretó el pecho con las dos manos- que no podía ni respirar. Al final, la pena se me escapó por los ojos y no veía tres en un burro. Me metí dentro para que tu madre no me viera así, ¡que el hombre ha de ser una roca delante de su mujer! Y cuando me asomé otra vez, la estación se había quedado donde Cristo perdió el gorro. Y tu madre también. Cada vez más pequeña se hacía y aún la veía mover la mano. No me quité de la ventana hasta que se me secaron las lágrimas, no fueran a verme los compañeros. ¿Y sabes qué? Cuando me senté, resulta que todos llevaban los ojos rojos. Moscú, el que más. Y entonces va y salta el Poeta, Antonio creo que se llamaba, y nos sale con que íbamos a ganarnos el futuro de nuestros hijos y ése era el tren de la ilusión, porque cada uno llevaba la suya en la maleta y no había dos iguales. ¡Y no se le chungó ni Dios!
Papá aproximó la cara a la ventana y retiró una esquinita del visillo. Antes de que ocultara el rostro entre los pliegues mustios de la cortina, descubrí el esmalte que se espesaba entre sus pestañas fatigadas y creí sentir dentro la tristeza de aquellos hombres que viajaron con las manos vacías hacia un futuro incierto en una tierra extraña. Y la de todas las mujeres que les siguieron. Y me sentí muy cerca del desconocido Héctor Laborda, que quizá partió en un convoy similar y fue hecho prisionero por el futuro que había pretendido conquistar. Un futuro done ya no quedaba espacio para ninguno de ellos
.

Y concluyo este post, escrito desde la emoción y la admiración, la última frase del artículo de Rosa Montero, que suscribo totalmente:

Cuando contemplemos a los inmigrantes actuales como bichos raros porque farfullan mal el idioma, intentemos no olvidarnos de lo que fuimos.

2 comentarios:

La Perra de Kenia dijo...

dale un beso con toda mi ternura a Clara Rossell. No sabes la de veces que he caminado con ella por las calles y he tomado café con Héctor. Cuando ellos querían "tema" yo me iba a dar una vuelta .... y tal . Jajajaja
Besos
Roben

Carmen Santos dijo...

Daré un beso de tu parte a Clara Rosell, Roben, que se alegrará, jeje.
Besos